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Se acerca el verano y, una vez más, la Costa Atlántica se alista para recibir a miles de argentinos. Playas abarrotadas, sol intenso y la promesa ineludible de las vacaciones convierten a Mar del Plata y sus vecinas en el epicentro de la temporada estival. Pero detrás del disfrute y la distensión, existe una figura esencial que asume un rol de alto riesgo y gran responsabilidad: el guardavidas.

Una profesión que va mucho más allá del bronceado y el silbato. Exige capacitación constante, preparación física y una vigilancia ininterrumpida para garantizar la seguridad de miles de bañistas.

Para adentrarnos en esta vocación de servicio —y para conocer de cerca las situaciones que enfrentan a diario, teniendo a su cargo la vida de incontables personas—, en la mañana de la 100.5 conversamos con un protagonista de lujo: Gustavo Taday.

Si bien Gustavo es oriundo de Pehuajó, hace años se asentó en la ciudad balnearia por excelencia y dedicó buena parte de su vida a patrullar las olas y la arena de Mar del Plata. En una conversación íntima, nos compartió su singular historia de vida, revelando cómo se gestó su profundo amor por el mar y qué lo impulsó a abrazar la rigurosa, pero apasionante, actividad del guardavidas.

“La acción del agua siempre me gustó, creo que un poco se nace con eso. Hoy, supongo que un poco se hereda esa profesión; de hecho, mi hijo actualmente trabaja en las playas del norte de Mar del Plata”.

“Cuando vine a Mar del Plata, empecé a jugar mucho al básquet, pero el mar siempre me gustó y siempre nadé. En ese momento había cursos que eran muy exigentes y había que entrenarse mucho. Lo que ha cambiado es la geografía del trabajo y de las playas: no había tanta prevención y teníamos mucho rescate. Nuestro mar es muy lindo, pero es abierto y de superficie baja; por lo tanto, no es tan transparente como otros”.

“La de guardavidas es una actividad muy riesgosa, hay que estar muy atento y se trabaja en grupo. Yo digo que este mar es ‘noble’, porque te da tiempo y la posibilidad de poder salir al pegarte con el oleaje. Hay especies de canaletas, como las llamamos nosotros, que te llevan para adentro pero después te sacan por el medio. El tema es que la gente eso no lo sabe, y ahí estamos nosotros para ir a buscarlos”.

“Antiguamente, hasta los años ’90, era más de dejar que la gente disfrute, mientras que ahora se hace más prevención. Gracias a Dios, habiendo guardavidas nunca se nos ahogó nadie. Se trabaja en grupos de dos o tres y en dos turnos. Ahora la gente está más precavida; antes era más inconsciente”.

“A principios de los ’90 tuve una situación límite. Ese día se daba todo el combo ‘perfecto’: viento del este, mar movido, playa colmada, mi compañero por un problema de salud no había venido y tardaron en mandar un refuerzo. Una mujer se metió al mar y le pasó lo que se llama ‘mar de arrastre’, la llevó hacia adentro. Yo hice lo que tenía que hacer: la agarraba y la trababa, pero por su desesperación se me zafaba y nos íbamos abajo. Pareció algo eterno, aunque duró 30 segundos, pero gracias a Dios pudimos sacarla”.

“He ido a trabajar mucho a Ibiza, Palma de Mallorca y Costa Brava, sobre el mar Mediterráneo. También tuve la suerte de ir a trabajar a Zarauz, un pueblito del País Vasco, sobre el mar Cantábrico, frente a Inglaterra. Es un mar con oleaje bastante áspero y complicado”.

“El guardavidas argentino, a nivel mundial, está catalogado como de los mejores”.

“Hoy en día se puede vivir de guardavidas, anteriormente no. Con el tiempo se han ido aplicando leyes y se lo reconoce como trabajo profesional y riesgoso. Por los valores que se pagan actualmente, hoy se puede vivir. Se trabaja 8 horas, pero es muy desgastante y es considerado insalubre, porque el sol es muy fuerte y hay problemas en la piel, que en algunos casos son graves”.

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